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Mostrando entradas de enero, 2021

Abismos

https://i.pinimg.com/564x/2e/1c/a7/ 2e1ca7ec6d11b6fa064a0c5116a3c4b0.jpg Cuando el niño llegó, estaba triste. Ella salió a recibirle a la puerta, le abrazó y le habló con esforzado entusiasmo, pero él respondió con desgana y se escabulló por el pasillo, silencioso, absorto, y se sentó apático en el sofá con los ojos fijos en el televisor apagado.Dentro de ella una voz gritaba, No! No! No! pero la realidad estaba ahí, pertinaz. Ya hacía unos cuantos domingos alternos que el niño volvía de estar con su padre con esa desolación en la cara, no había forma de negarlo. El padre lo había dejado en el portal porque, Ya es mayorcito para poder subir solo los tres pisos de escaleras. Ella había saludado al padre por el interfono con una cordialidad impostada, sólo ansiaba ver la carita de su hijo con la suplicante esperanza de que aquello, fuera lo que fuera, que lo hacía tan desdichado cuando volvía de estar con su padre, hubiera desaparecido. Había salido al rellano para mirar por el hueco de

Remando remando

Roland Arhelger, https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0 Hoy, de repente, he empezado a llorar. Ha sido como si se desbordara el lloro, como cuando se sale la leche. Ya no aguantaba más. Y he pensado, ¡Cuánto tiempo sin atreverme a llorar a solas!, sin llorar así. A veces voy por la calle con ese peso en el pecho como un cántaro lleno, deseando llegar a un refugio discreto donde poder volcarlo, pero llego a casa y la madre que hay en mí se adueña de la situación, y dice que lo más importante es poner al fuego el agua para la pasta y, mientras hierve, tiendo la lavadora que puse antes de irme al trabajo, y charlo alegre con mi hijo que ya no es un niño, y le doy instrucciones para que me ayude, y sólo un instante, durante la comida tal vez, pienso que al final no he llorado, que es importante muy importante llorar, pero que quizá más tarde. No sé, no sé si es miedo. Antes, y fue una gran cosa que aprendí, era capaz de llorar, de prepararlo todo para llorar a gusto. Cuando sentía

Con los cinco sentidos

No le oyeron llegar. No oyeron el chirrido característico del ascensor en el rellano, ni la llave en la puerta, ni el golpe de la mochila contra el suelo de la entrada. Ya no se acordaban de escuchar hacia dentro de la casa después de tantos días de solo sus ruidos en el gran piso comunitario.  Estaban en el cuarto de Ana con la puerta cerrada y la ventana abierta. En el patio, el extractor de la sala de fiestas ya había empezado a funcionar; no se oía tan fuerte como al principio, unos meses atrás, cuando los vecinos se amotinaron, pero el zumbido monótono amortiguaba los sonidos del mundo y les aislaba tan eficazmente como el aire húmedo y caliente, que entraba a rachas por la ventana de par en par oliendo a tierra mojada, y la fina capa de sudor que los envolvía persistente desde hacía horas, ya se abrazaran asaltados por el deseo que llegaba de golpe, a rachas, como el viento de lluvia, o sólo charlaran y se rozaran levemente con los dedos, incapaces de dejar la piel totalmente fue