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HABLO CON MI HIJO

   Hablo con mi hijo de los entresijos de la crianza -mientras su hija, mi nieta, que hace poco que anda, merodea a nuestro alrededor en incesante actividad: sacando libros de los estantes bajos de la librería, lanzando los juguetes esparcidos que encuentra a su paso, mordisqueando una pelota de espuma,...-; hablamos de libros sobre el desarrollo del bebé, de sus dudas sobre qué y cómo hacer esto y lo otro, de los cambios que la paternidad está operando en él, en su perspectiva de la vida, en su perspectiva sobre sí mismo. Hablo con él de estas cosas con confianza, porque es nuestra forma de conversar desde hace tiempo, en pie de igualdad; es un adulto y como tal a veces me parece que yo sé más que él sobre algunas cosas y a veces es él quien me muestra o me hace pensar algo nuevo.  
   Mientras repone los libros en su sitio y va a la cocina a buscar un plátano para la pequeña destróller, me habla de la clausura de la etapa de juventud con su desorientación y sus heridas abiertas, de la necesidad de tomar las riendas, de empezar una nueva vida ahora que una vida nueva crece ante sus ojos, entre sus brazos, en el centro de su propia vida. Vuelvo a pensar lo que descubrí cuando él nació, que la maternidad-paternidad, si la puedes aprovechar, es una segunda oportunidad, es como una mudanza, una oportunidad de cambiar muebles, tirar trastos, habitar otras paredes, cambiar de vistas.
  Hablo con él de estas cosas y a la vez no dejo de tener entrañablemente presente aquella época en que era yo la que buscaba libros sobre bebés y la que me hacía todas esas preguntas y observaba con sorpresa los cambios que la maternidad provocaba en mi forma de ver la vida y de verme a mí. Vivo este presente con naturalidad y a la vez con la sensación de algo extraordinario. Él era el objeto de mis cavilaciones y mi entusiasmo y ahora es él quien me habla de eso mismo. 
   Una vez más me doy cuenta de que cuanto más intensa es la vivencia menos le afecta el paso del tiempo, más se resiste a convertirse en pasado, más permanece en un presente flotante, permanente. Mientras hablamos, ese pasado que no pasa se proyecta en la habitación, nos envuelve aunque sólo yo pueda verlo. Mientras hablamos, hay dos niños pequeños deambulando a nuestro alrededor.



Barcelona, septiembre de 2019

Revista MyS 48-49, 2021