24 de agosto de 2017
Nos alejamos con la misma velocidad de los días trágicos que de los felices. El tiempo no se detiene. Ya hace una semana que dejé de escribir bruscamente porque me llamó Concha. Acababa de pasar lo de Barcelona. ¡Una semana ya! ¿Cómo puede ser? Y un día pasa después de otro y luego otro. No hay forma de parar. Parar para coger aliento, para llorar, para quedarnos en esa pena recién sentida, para honrar a los muertos, para no dejarlos atrás tan pronto, tan deprisa, como si fueran parte del paisaje que se ve desde la ventanilla del tren. Tan solos.