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PALPANDO LA OSCURIDAD. A propósito de El Golem, de Gustav Meyrink

 

Cuando me entran muchas ganas de escapar de mi vida cotidiana, ese anhelo oleaginoso de hundirme en lo oscuro y encerrado que intuyo tras la cartesiana realidad, y quiero envolverme el corazón con el cerebro y viceversa, y hacer una travesía al otro lado de mí misma con un candil proyectando sombras en las paredes de los pasadizos secretos de mi inconsciente...., entonces, irremediablemente, releo, recaigo en El Golem. Recaigo en él y dentro de él; me aferro con las dos manos a su tapa negra como a esa piedra que parece un pedazo de grasa, en un último instante de vértigo aterrador antes de resbalar y caer, y mientras caigo trato de mirar por la ventana de la habitación que no tiene puertas, donde habita ese mojón oscuro, ese puñado de ropas viejas que adoptan en la penumbra la apariencia de un hombre. Y cuando creo despertar de lo que parece un sueño, me hallo deambulando por el intrincado barrio judío de Praga y respiro el aire agobiante de sus callejas sin luz. Ahora soy un hombre y observo medio escondido, desde la ventana de mis habitaciones de la calle Hahnpass, al siniestro cambalachero Aaron Wassertrum sentado inmóvil ante la cambalachería como una araña atenta a la menor vibración de sus hilos, y, como si mi presencia agazapada tensara de algún modo que no imagino su tela invisible, levanta la cabeza bruscamente y fulmina mis cristales con sus ojos bizcos y crueles. Me escabullo con el corazón galopando de terror. Le tengo un miedo invencible y antiguo aunque no sé por qué; tampoco sé quién soy, ni cuál es mi pasado, sólo de vez en cuando un recuerdo, errático como una racha de aire que levanta los papeles del escritorio, me trae retazos de una vida que ya no conozco; a veces la primavera, con sus bloques de hielo flotando a la deriva en el Danubio derretido y sus aromas que impregnan el aire y desplazan por un momento la densa atmósfera del barrio judío, despierta mi corazón adormecido y un amor intenso, una añoranza infinita de pasiones frescas como pétalos salpicados de rocío, se me hincha en el pecho como un globo y agita mi espíritu hasta hacerme daño, y tira de los recuerdos de una juventud que he olvidado, pero enseguida todo vuelve a caer en la densa tiniebla en que vivo, atravesada apenas por rayos débiles de luz blanquecina que iluminan tenuemente rincones ignotos de mi alma, este alma por la que transito a tientas desde que vivo en la calle Hahnpass (¿cómo he llegado aquí, de dónde vine, desde cuándo?), igual que paso con dedos temblorosos las páginas del libro que hace un momento me ha traído un desconocido ataviado de un modo extravagante, con la cara, esa cara que no soy capaz de recordar, difuminada bajo el chambergo pasado de moda hace siglos. Este libro extraño, el libro Ibbur, que siento, SÉ, que oscuramente habla de mí.
Comprendo que ahora mi vida está en esos pasadizos en tinieblas por los que he caminado kilómetros esta noche y que me han acabado dejando, como una marea que se retira, en una estancia con una sola ventana, tan cansado y con tanto frío que me he puesto unas ropas viejas que había en un rincón, y me he pasado el resto de la noche acurrucado en la sombra, sin fuerzas para regresar, luchando por retener un hilo de vida, contemplando entre escalofríos de fiebre un naipe iluminado por un rayo de luna, el naipe del Fou, el Loco, ¡con mi cara pintada!, mi doble; y entonces he comprendido con extrañeza, a pesar de la fatiga y el miedo, que de algún modo que no logro entender he entrado en la habitación sin puertas, la que da al callejón Schulgasse, en la que nadie ha logrado nunca entrar; estoy dentro vestido con estas ropas antiguas, las mismas del hombre que me ha traído el libro Ibbur (el hombre sin rostro). Pero a la vez, también estoy fuera tratando de mirar por la ventana, aferrada con las manos al alfeizar de piedra, esa piedra que parece un pedazo de grasa, pero resbalo, resbalo y caigo sin remedio. Y acabo el Golem. A mi pesar. Empapada de emoción y oscuridad, me resisto a cerrarlo, a salir de dentro, a abandonar este extraño libro que siento, SÉ, que oscuramente habla de mí.

(Original revisado. Escribir y Publicar, nº 50, 2007)