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Aquella mañana

Patio de Plus Ultra / Manolo López Carrillo


Aquella mañana, la última, mi padre se levantó temprano como de costumbre. Le gustaba la casa a esas horas. Era enero así que a las siete aún era de noche, pero algo del amanecer se empezaba a insinuar en el aire. Se puso el chándal y salió al patio. Hacía frío. Le pereció que hacía más frío que otros días, y pensó que seguramente era él, que tenía un poco de mal cuerpo. El recuerdo de la noche se le acercó a la conciencia como una alimaña al campamento, pero no lo dejó entrar. Empezó con su rutina de ejercicios sin forzarse pero decidido a hacerla entera, como cada día, como siempre. Ese era el plan. Toda mi vida oí a mi padre pontificar sobre las bondades de hacer ejercicio en casa. Era la forma de asegurarte que siempre lo podrías hacer. Si dependías de otros o de un gimnasio o de lo que fuera, podría no estar a tu alcance en muchas ocasiones, pero una tablita en casa era algo que estaba siempre a mano, incluso de viaje. Trotó un rato por el patio y luego empezó la tanda de flexiones: se colgó de la barra que tenía sujeta a la viga del emparrado; y al final, los estiramientos. Acabó agotado, pero acabó. Se duchó como siempre y se puso a preparar el desayuno. Mientras salía el café y se doraban las tostadas llamó a mi madre y empezó a exprimir las naranjas. No estaba bien del todo pero estaba mejor. Nada como el ejercicio y una buena ducha. Si se repetía lo de la noche anterior iría al médico. Pero, ¿por qué iba a repetirse?